Las medidas proteccionistas, los altos aranceles y las restricciones tecnológicas que el presidente de Estados Unidos tomó contra China, al parecer, no estarían funcionando.
Para entender cómo le está yendo a Estados Unidos con su guerra comercial contra China, Raúl Moreno, un consultor y asesor de la industria automotriz en vehículos eléctricos de origen español, pero que vive en México, realizó un importante y extenso informe en sus redes sociales (leer abajo).

EL INFORME DE RAÚL MORENO:
Sorry Mr. Trump, China ya ganó la guerra comercial:
Durante los últimos años, Estados Unidos, bajo diferentes administraciones, ha intentado contener el ascenso de China mediante una serie de medidas proteccionistas, aranceles y restricciones tecnológicas. Sin embargo, los últimos acontecimientos indican que, a pesar de los esfuerzos de Washington, China no solo ha resistido la presión, sino que ha fortalecido su posición como potencia tecnológica y económica global.
La revolución tecnológica china: Innovación más allá de las restricciones
Un hito reciente pasó casi desapercibido en los medios occidentales: investigadores chinos lograron fabricar un chip experimental utilizando transistores de apenas tres átomos de grosor, basados en molibdeno, sin necesidad de equipos de litografía avanzados como los de ASML o TSMC. Este desarrollo no solo representa una hazaña de ingeniería, sino también un movimiento estratégico que desafía directamente las sanciones estadounidenses que intentan frenar el avance de la industria china de semiconductores.
Mientras Occidente sigue dependiendo de costosas y complejas cadenas de suministro basadas en litografía ultravioleta extrema (EUV), China está abriendo un nuevo camino tecnológico. Este avance reduce su vulnerabilidad ante bloqueos tecnológicos y muestra que la innovación no puede ser contenida simplemente con barreras comerciales o restricciones de exportación.
No se trata de un caso aislado. La inversión masiva en I+D, apoyada por el plan «Made in China 2025» y reforzada en los últimos años por programas de autarquía tecnológica, está generando resultados concretos en campos como inteligencia artificial, supercomputación, telecomunicaciones 5G y 6G, y materiales avanzados.
La balanza comercial: ¿Quién depende realmente de quién?
Uno de los argumentos más sólidos para entender la victoria silenciosa de China en la guerra comercial es observar la estructura de intercambio entre ambos países. Estados Unidos importa de China productos esenciales para su funcionamiento económico: computadoras, teléfonos inteligentes, servidores, maquinaria de precisión, componentes electrónicos y minerales estratégicos refinados, indispensables para sectores como la defensa y la transición energética.
En contraste, las exportaciones estadounidenses hacia China se concentran en materias primas y bienes agrícolas: soya, trigo, maíz, carne de cerdo y algunos productos industriales de bajo valor agregado. Es decir, mientras que China puede diversificar fácilmente sus fuentes de alimentos y materias primas (Latinoamérica, Rusia, Australia), Estados Unidos enfrenta una dependencia crítica de insumos tecnológicos chinos para mantener su competitividad y su estilo de vida actual.
Esta dependencia estructural limita severamente la efectividad de las sanciones y aranceles impuestos por Washington. Cada vez que un gobierno estadounidense impone nuevas tarifas, inevitablemente debe emitir excepciones para productos que son insustituibles a corto y mediano plazo, como ocurrió el pasado 12 de abril de 2025, cuando, tras anunciarse aranceles de hasta 145% a importaciones chinas, se otorgaron excepciones inmediatas a celulares, servidores y componentes electrónicos clave.

El desacople de Europa: Una ilusión difícil de materializar
Una de las principales estrategias de Donald Trump y de sectores nacionalistas en Estados Unidos es promover el desacople de Europa respecto a China. Sin embargo, esta meta resulta cada vez más inalcanzable. Aunque la guerra en Ucrania y el corte del suministro de gas natural ruso impulsaron temporalmente una mayor dependencia energética europea de Estados Unidos —a través de la importación de gas natural licuado (GNL)—, el costo elevado de esta energía ha golpeado duramente a la industria europea.
Alemania, motor económico de Europa, depende del comercio con China mucho más de lo que depende de Estados Unidos. Empresas alemanas líderes como Volkswagen, BASF, Siemens y BMW consideran a China su principal mercado de crecimiento. La posibilidad de que Berlín —y, por extensión, Bruselas— elijan romper vínculos con Pekín es prácticamente nula, sobre todo mientras Estados Unidos impone aranceles no solo a China, sino también a productos europeos.
Más aún, los recientes movimientos políticos dentro de Europa, con el ascenso de partidos de ultraderecha y la fragmentación política, dificultan aún más la construcción de un frente unificado alineado con Washington. La imposición de sanciones unilaterales por parte de EE.UU. ha generado malestar incluso entre sus aliados tradicionales, que ven en China una fuente de estabilidad y crecimiento económico.
La estrategia energética estadounidense: Un fracaso anunciado
Otro frente donde Estados Unidos pretendía presionar a China era el energético, apostando por convertirse en un gran exportador de GNL y limitar el acceso chino a transporte marítimo de gas. Sin embargo, los propios informes internos de la industria estadounidense revelan una dura realidad: actualmente no existen suficientes barcos construidos en EE.UU. capaces de transportar GNL, y construirlos tomará años.
Una carta enviada en agosto de 2025 por el American Petroleum Institute (API) al gobierno de Trump reconoció que la prohibición de utilizar barcos chinos pondría en peligro la capacidad de exportación estadounidense, dado que gran parte de la flota mundial de transporte de GNL es de fabricación china.
Por otro lado, China avanza de forma imparable hacia su independencia energética: ya es líder mundial en generación solar y eólica, en producción de baterías, en redes eléctricas de ultra-alto voltaje y en tecnología nuclear civil. De hecho, está instalando capacidad de generación eléctrica a un ritmo que equivale a reemplazar todo el sistema eléctrico estadounidense cada tres años.

Un panorama global: China como arquitecto del nuevo orden económico
La estrategia de China no se limita a resistir: está construyendo alternativas globales. Mediante la iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), las inversiones en el Sudeste Asiático, África y América Latina, y los acuerdos de libre comercio como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), Pekín está cimentando un ecosistema económico donde su influencia es central.
A la par, ha reforzado instituciones paralelas a las occidentales, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), y lidera asociaciones en tecnología de pagos digitales (e-RMB), comercio transfronterizo y estandarización industrial.
Estados Unidos, en contraste, enfrenta una erosión progresiva de su hegemonía, acelerada por políticas erráticas, proteccionismo interno y la creciente percepción global de que Washington ya no puede ofrecer estabilidad a largo plazo.
El riesgo de la deuda: el «botón nuclear» chino
Por último, existe un as bajo la manga que China ha usado con extrema cautela: su posición como uno de los principales tenedores de bonos del Tesoro estadounidense. Aunque una venta masiva de estos activos perjudicaría también a China, el solo hecho de amenazar con utilizarlos como arma financiera introduce un nivel de riesgo sistémico que limita las acciones de Estados Unidos.
En un escenario de escalada total en la guerra comercial, la capacidad de China para desestabilizar los mercados de deuda estadounidenses representa una carta estratégica de enorme peso.
Conclusión: Un cambio irreversible
La guerra comercial iniciada por Trump y continuada de diversas maneras por sus sucesores no ha logrado detener a China. Por el contrario, ha acelerado su búsqueda de autosuficiencia tecnológica, ha fortalecido sus alianzas internacionales y ha expuesto las vulnerabilidades estructurales de Estados Unidos.
La competencia entre ambas potencias continuará, pero la idea de que Washington puede «contener» a Pekín parece, en 2025, cada vez más obsoleta. China ya ganó esta etapa de la guerra comercial: no con confrontaciones directas, sino a través de resiliencia, innovación y estrategia a largo plazo.
El reto para Estados Unidos ya no es cómo frenar a China, sino cómo adaptarse a un mundo donde el liderazgo es compartido, y donde nuevas reglas, nuevos actores y nuevas dinámicas definirán el futuro del comercio, la tecnología y el poder global.
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