
Por Juan Bellini, Abogado y Associate Manager en CONECTA, consultora especializada en industria automotriz. Mail: juan.bellini@conectaconsultores.com.ar.
La decisión del gobierno de asignar un cupo de 50.000 vehículos eléctricos, con arancel 0, por año a empresas del sector, es un avance significativo en materia de movilidad. Este beneficio arancelario permite, entre otras cosas, precios más competitivos, mayor oferta y dinamismo comercial. De acuerdo a esta medida, eso debería pasar, en teoría. Sin embargo, si el objetivo es lograr una transformación genuina, no bastan solo los incentivos económicos; es imprescindible contar con una visión estratégica clara y comprometida.
La transición hacia la electromovilidad es más que un fenómeno de mercado. Es una transformación estructural que, de no ser acompañada por políticas públicas sostenidas, inversión en infraestructura y una revisión profunda del sistema energético, no parece viable. Hay preguntas que resuenan, ¿la red actual está preparada para una creciente demanda de carga eléctrica? ¿Se están trazando planes de adecuación realistas y ejecutables? ¿Qué lugar ocupan las energías renovables en este escenario?
El objetivo, en definitiva, no puede ser solo convertir el parque automotor. Tiene que ser un programa integral para reducir de manera concreta la contaminación y avanzar hacia un modelo de movilidad más inteligente y sostenible. Y en ese sentido, no podemos pasar por alto que el proceso de producción de vehículos eléctricos —y particularmente el de sus baterías— tiene también una huella ambiental considerable.

El debate ya no gira únicamente en torno a si es preferible un auto eléctrico o uno a combustión. La pregunta es aún más grande y relevante: ¿bajo qué condiciones ese cambio representa una mejora real? La industria lo sabe, y por eso viene explorando varias alternativas: modelos híbridos más eficientes, sistemas de recuperación de energía, integración con fuentes renovables, y tecnologías que reducen la complejidad de las baterías.
A la vez, en un escenario global atravesado por crisis energéticas y cambio climático, la electromovilidad no puede ser pensada de forma aislada. Debe formar parte de una estrategia integral que incluya eficiencia energética, planificación urbana, transporte público y educación ciudadana. Cambiar el tipo de vehículo sin revisar el sistema que lo sostiene no alcanza.
Celebrar el avance es justo. Pero también lo es acompañar y exigir que se traduzca en una política de Estado sólida, con objetivos claros y sostenible a largo plazo.
De esta manera, podemos asegurar que el futuro de la movilidad no será solamente eléctrico: será responsable, inteligente y transversal. Y para llegar a él, no alcanza con sumar vehículos; hace falta transformar la forma en la que pensamos como movernos.